El dólar negro prosigue su irresistible escalada, destrozando no sólo
todas las previsiones del Gobierno de Nicolás Maduro, también la
paciencia de los venezolanos. Cuando hace menos de dos meses el llamado
dólar paralelo superó la barrera psicológica de los 100 bolívares por
billete americano, parecía tocar techo. Nada más lejos de la cruda
realidad económica de Venezuela: esta semana superaba los 160 bolívares,
empujado por la decisión de la OPEP de no intervenir en la caída del
precio del petróleo.
El dólar paralelo subiendo a toda velocidad (el cambio oficial fijo
está establecido en 6,30 bolívares por billete verde) y el ‘oro negro’
(que supone el 96% de las exportaciones), a la baja, en una caída de
final desconocido. Sin duda, una pesadilla para el chavismo, empeñado en
mantener su “modelo exitoso”, pero incapaz de combatir el mercado
paralelo más allá de las declaraciones de Maduro y sus ministros.
El “hijo de Chávez” vaticinó en 2013 que le iban a “torcer el brazo”
al paralelo. Rafael Ramírez, que fuera zar económico y ahora canciller,
fue más taxativo: “Lo vamos a pulverizar”. Incluso el más comedido Jorge
Arreaza, vicepresidente casado con la hija mayor del “comandante
supremo”, tampoco acertó en sus dotes predictivas: “Será un mal
recuerdo”.
La realidad es muy distinta, el dólar negro ha acelerado su alza
semana a semana, cuando antes había necesitado casi todo el año para
duplicar su valor. Su influencia en la vida de los venezolanos es más
contundente que la de un martillo económico, disparando la inflación
(por encima del 70%, la mayor del planeta). Todos los días, sin
descanso, alcanzando cotas impensables para los ciudadanos criollos, a
los que no sólo les cuesta muchos sacrificios comprar alimentos y
productos básicos en colas interminables por culpa de la escasez y el
desabastecimiento. Cuando los encuentran, son disparatadamente caros.
En paralelo, el mercado negro se ha convertido en un termómetro
económico que refleja la incertidumbre que vive el país en medio de una
crisis galopante, que el gobierno achaca la “guerra económica de la
burguesía parasitaria”. Acusación que el 70% de la población “no cree
nada en absoluto”, según una encuesta reciente de Datanalisis.
Los otros datos que arrojan los sondeos también son descorazonadores
para Maduro: su popularidad se sitúa en el mínimo histórico del 24,5% y
el 85,7% de los consultados asegura que la situación es negativa.
La mezcla de la escalada de uno y de la caída del otro también ha
obligado a analistas y bancos a cambiar sus estimaciones anuales, todas
ellas negativas para el chavismo, que vive su peor momento tras 16 años
de revolución. Según Asdrúbal Oliveros, director de Ecoanalítica,
Barclays ha informado a sus clientes que el promedio de la cesta
petrolera local en 2015 girará en torno a los 64 dólares, lo que
supondría una pérdida de 15.000 millones de dólares para las arcas del
estado. Muy lejos quedan los 100 dólares por barril que disfrutó Chávez
durante años.
“Es evidente que se aproxima una crisis mayor y es obvio, para la
mayoría, que lo que se está haciendo no funciona”, resumió Luis Vicente
León, presidente de Datanalisis.
Maduro anunció el martes pasado una nueva batería de medidas
económicas para contener la sangría, incluido el “perfeccionamiento” del
Sicad2, una forma de reconocer su fracaso.
Una economía inmanejable
En su intento de taponar las vías de agua que aparecen por todos
lados, Maduro anunció la “reducción de un 20% de gastos suntuarios,
improductivos, innecesarios y de otro tipo que no afectan en nada a la
inversión social”. El primer mandatario enfatizó que este recorte no
impactará en las misiones (programas sociales puestos en marcha por
Chávez), pero sí “equilibran” los gastos.
Los economistas no son, ni mucho menos, tan optimistas como el
presidente. “Maduroreconoce que las exportaciones no petroleras están en
mínimos porque no hay cultura exportadora. Que tan difícil entender que
un bolívar sobrevaluado incentiva las importaciones y desestimula las
exportaciones. Agréguenle un ambiente hostil para la iniciativa
empresarial, más las restricciones de las libertades económicas”,
criticó Henkel García, director de Econométrica.
El Mundo